Martes, 2 noviembre 2004
Las mujeres y la mujer
Jaime Nubiola


La reciente aprobación por unanimidad de la ley de protección integral contra la llamada "violencia de género" es un motivo de enhorabuena para todos, varones y mujeres. El objeto de la ley es actuar contra la violencia que tantos hombres ejercen contra mujeres a las que están —o han estado— ligados por relaciones familiares o afectivas. La imagen de nuestros parlamentarios en pie aplaudiendo unánimemente la aprobación de esa ley es un síntoma de que algo está cambiando en nuestro país, de que está creciendo la sensibilidad contra la explotación de las mujeres por parte de los varones, que degrada tanto a las unas como a los otros.

En la exposición de motivos de esta nueva ley se identifica la violencia de género como el "símbolo más brutal" de la desigualdad existente en nuestra sociedad: "Se trata de una violencia que se dirige sobre las mujeres por el hecho mismo de serlo, por ser consideradas, por sus agresores, carentes de los derechos mínimos de libertad, respeto y capacidad de decisión". Pocas líneas más abajo de esa misma exposición se explica que "la violencia sobre la mujer se presenta como un auténtico síndrome, en su sentido de conjunto de fenómenos que caracterizan una situación, que incluye todas aquellas agresiones sufridas por la mujer como consecuencia de los condicionamientos socioculturales". El hecho de que en el texto de la ley se hable en unos lugares de "la mujer" (por ejemplo, se crean los juzgados de violencia sobre la mujer) y en muchos otros de "las mujeres", me ha hecho pensar que nuestros legisladores no han caído en la cuenta de la diferencia radical que existe entre las mujeres y la mujer: las primeras merecen —todas y cada una singularmente— todo el respeto del mundo, mientras que "la mujer" es un concepto que evoluciona históricamente y que necesita urgentemente una reconstrucción o —como ahora se dice— una renovación en profundidad.

Creo que fue
leyendo el libro sobre cine y feminismo Alicia ya no, de Teresa de Lauretis, cuando advertí por primera vez este contraste tan obvio entre el concepto y las personas. Ocurre muchas veces que las cosas más importantes no las vemos porque las tenemos siempre delante de los ojos. "Con la mujer —explicaba esta escritora— hago referencia a una construcción ficticia, a un destilado de los discursos, diversos pero coherentes, que dominan las culturas occidentales. Con mujeres, por el contrario, quiero referirme a los seres históricos reales que, a pesar de no poder ser definidos al margen de esas formaciones discursivas, poseen, no obstante, una evidente existencia material. La relación entre las mujeres en cuanto sujetos históricos y el concepto de mujer tal y como resulta de los discursos hegemónicos no es ni una relación de identidad directa, una correspondencia biunívoca, ni una relación de simple implicación. Como muchas otras relaciones que encuentran su expresión en el lenguaje, es arbitraria y simbólica, es decir, culturalmente establecida".

La relación entre los individuos singulares y las ideas vigentes en el discurso contemporáneo sobre "la mujer" encierra toda la problemática del estatuto epistemológico de un discurso pretendidamente universal. ¿Cómo es posible luchar en contra de la opresión de las mujeres si la propia noción de 'mujer' esta construida social e históricamente? Tanto los movimientos feministas más radicales como quienes defienden la complementariedad de varones y mujeres han detectado esta tensión entre las construcciones ideológicas y las personas reales. Los varones y las mujeres de principio del siglo XXI no podemos entendernos a nosotros mismos al margen de estas tradiciones, pero sí podemos —¡debemos!— intentar ganar una más clara visión mediante una mejor comprensión de nuestros recursos significativos.


Así, la teoría causal de la referencia, propuesta originalmente por Ruth Barcan y Saul Kripke a principios de los setenta, ofrece una luminosa perspectiva para enfocar los problemas que encierra un término como "mujer". El profesor de Harvard Hilary Putnam mostró que el uso de nombres de clases naturales como "tigre" u "olmo" está asociado con un estereotipo que viene a corresponder al individuo normal de esa clase. Un estereotipo es la descripción convencional de los rasgos típicos que una comunidad lingüística asigna a una determinada especie o clase de individuos. Con la calificación de esa descripción como convencional quiere señalarse que los rasgos estereotípicos no pertenecen necesariamente a la esencia y que los que emplean esos términos significativamente no siempre son capaces de identificar con exactitud los objetos a que se refieren. Ni un tigre albino, y por tanto sin rayas, es una contradicción, aunque en el estereotipo del término "tigre" esté el ser un felino con rayas, ni tengo que ser capaz de reconocer un olmo y saber distinguirlo de un haya para poder usar significativamente el término "olmo", pues basta con que me remita al uso de los jardineros o los botánicos.

La aplicación de esta teoría a los términos "varón" o "mujer" puede proporcionar una mejor comprensión de su uso en nuestra cultura. La clave se encuentra en advertir que esos términos no ofrecen un acceso privilegiado a la masculinidad o la feminidad. Una comunidad lingüística requiere que quien utilice significativamente los términos "varón" y "mujer" conozca los estereotipos a ellos asociados en esa comunidad, sea, por ejemplo, que el varón suele ser más fuerte o más violento que la mujer, pero esto no significa afortunadamente que sea una verdad necesaria de los varones el que sean más fuertes o violentos que las mujeres o que un varón débil o pacífico sea una contradicción. Con esto, lo que desde la teoría causal de la referencia se está afirmando es que los estereotipos que se asignan a términos como "varón" o "mujer" no consisten en una descripción de lo que realmente es ser varón o ser mujer, sino que se trata de descripciones relativas, compuestas de los rasgos contingentes empleados ordinariamente para la identificación de los miembros normales de su clase. Estos rasgos contingentes de "varón" y de "mujer" son los que debemos urgentemente cambiar, pues están detrás de mucha de la violencia de género, que se expresa de forma brutal en aquel terrible proverbio: "Cuando llegues a casa, pégale a tu mujer; si tú no sabes por qué, ella sí lo sabrá".

En este sentido, resulta muy ilustrativo reconocer que el estereotipo asociado en nuestra imaginación social con el término "mujer" es un objeto social y cultural que requiere una urgente renovación para eliminar de él todos los rasgos degradantes de explotación sistemática heredados del machismo ancestral. La confusión entre las mujeres y la mujer que aparece en la nueva ley muestra que nuestro Parlamento no sólo está intentando eliminar las agresiones contra las mujeres, sino además cambiar la mentalidad en nuestro país acerca de la mujer, y por ambos motivos estamos de enhorabuena.

- Jaime Nubiola es profesor de Filosofía en la Universidad de Navarra
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