Lunes 12 de Julio de 2004  

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Escrivá, la verdad y el dominó

Oswaldo Pulgar Pérez

En 1975, concretamente, en febrero, estuvo en Venezuela, San Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei, en visita pastoral. Reunió en tertulias simpáticas a grupos grandes de gente para hablar de Dios. Se me quedaron muy grabadas en el alma dos palabras que le oí: -¡A escoger!- mientras levantaba las dos manos en posición horizontal, con las palmas hacia arriba, como levantando algo, en gesto de animar. Estaba explicando una idea: no podemos conformarnos con ser cristianos mediocres, de “medio pelo”. (Esto lo digo yo en criollo, no él). Venía a decir, que no se puede -en este tema- vivir entre dos aguas, tibios, indecisos, inconsistentes. En el camino hacia Dios no caben las medias tintas. Hay que aspirar a lo mejor.

En la vida no se puede “pasar” como en algunos juegos, como el dominó. Hay que decidirse. Y todos queremos decidir bien. Pero no es fácil. La verdad, -que es la mejor opción-, no se deja prensar fácilmente. Es escurridiza, pero no por eso imposible de agarrar. Con ella nos jugamos la vida y la felicidad.

Es bueno ser coherente, desde luego, pero con la verdad, y con todas las exigencias que abrazarla lleva consigo. La coherencia no es un valor supremo. La verdad sí. Uno puede vivir en una mentira coherente, pero eso no es un mérito. Se puede ser un borracho coherente, pero entonces no merecemos elogios. La coherencia no nos dice si es “verdad” o es “bueno” lo que se nos ofrece. Depende del punto de partida. Si arranco de que dos más dos son cinco, puedo construir una aritmética coherente, pero totalmente alejada de la realidad, es decir, falsa.

Habló del Cielo, que Dios tiene preparado para los que le aman. Nos ayudaba a soñar con el premio tras una vida de esfuerzos, -de triunfos y derrotas- por ser rectos, que es ser coherentes con la Verdad y con el Bien; así, con mayúscula. En otras palabras, con lo que Dios espera de cada uno. De aquella reunión todos salimos con un empuje fresco en el corazón, con una nueva alegría en el alma. Yo me preguntaba por qué. Muy sencillo: porque lo que hablaba era “verdad”. Y también porque nos empujaba a portarnos “bien”. Que no es poco. Y esa es la auténtica coherencia, la que nos hace felices. Entonces podemos concluir que nos conviene ser coherentes con la Ley de Dios. No es una tarea fácil, pero si asequible a todos. Eso fue lo que él enseñó siempre, fiel a la doctrina de la Iglesia sobre la llamada universal a la santidad, que él mismo promovió desde 1928.

Decía un premio Nobel -y no precisamente cristiano-, que el mundo está como está, porque los hombres nos habíamos tomado como “sugerencias” los 10 mandamientos y no como lo que son: leyes, que están puestas para nuestro beneficio y plenitud. La libertad nos traiciona y nosotros nos dejamos traicionar. Por eso no hay paz. Porque el blasón de nuestra vida no es la “verdad”, no es el “bien”. Creo que vale la pena ser coherentemente auténticos, o auténticamente coherentes, que es lo mismo. Aunque perdamos alguna que otra partida de dominó...y tengamos que decir de vez en cuando, tímidamente....”paso”.





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