confidenciales




















 
 

jueves 6 de enero de 2005

 

Suárez Verdeguer y los sucesos de La Granja


Luis María ANSON de la Real Academia Española

Se ha muerto sin que nadie o casi nadie le haya hecho caso en el mundo intelectual. Una necrológica inteligente de Antonio Fontán y poco más. Se le consideraba de derechas y además del Opus. Así que los sectores del sectarismo izquierdista le habían sometido, desde hace muchos años, al silencio sepulcral. Hablo del historiador Federico Suárez Verdeguer.
   Estaba yo en el último curso de la Escuela de Periodismo cuando su director y censor mayor de la dictadura franquista, Juan Aparicio, me encargó como ejercicio de prácticas que le hiciera una entrevista a la Infanta Doña Eulalia, con destino a la revista «El Español». Viajé en un tren terrible a Irún y allí, en un chalé azulado y discreto, conocí a una mujer interesante, sagaz y muy lúcida, a pesar de que tenía más de noventa años. Pasé el día con ella y durante la larga conversación me habló detenidamente de los sucesos de La Granja de 1832, según la versión que había escuchado a su abuela, la Reina María Cristina, última esposa de Fernando VII. Un testimonio, en fin, de primera mano casi ciento cincuenta años después.
   Más tarde leí Los sucesos de La Granja de Suárez Verdeguer. Contrasté el libro con la grabación y las notas que tomé durante mi entrevista con la Infanta Eulalia. Coincidían punto por punto la versión de primera mano de la nieta de Fernando VII y el libro de Suárez Verdeguer, una monografía histórica de espléndida musculatura intelectual. Las diferencias, sobre todo en algunas fechas, eran más bien errores de memoria de la Infanta, ya muy anciana.
   Desde entonces admiré y seguí a Suárez Verdeguer. Hablé con él en ocasiones y me pareció siempre un hombre moderado y prudente que se escondía, tal vez por razón de su cargo, quizá por su propia manera de ser, de los fuegos artificiales de los medios de comunicación. Deja una ingente obra histórica, profunda y ponderada que destaca por su rigor científico. Se me cae la cara de vergüenza al comprobar el silencio de la izquierda oficial de este país, para la que sólo se muere un intelectual si es «de los nuestros». En caso contrario, sencillamente no existe.

 
 
 




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