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BALTASAR PORCEL
Plantard y las cabras

BALTASAR PORCEL - 27/09/2004

El código Da Vinci agavilla ya ocho millones de ejemplares vendidos en el mundo. Albricias. Es como Nike, Coca-Cola, Philips. Pero nada tiene que ver con código secreto alguno, ni el mismo Dan Brown, su autor, ofrece la menor originalidad y plagia solapado la sarta de disparates que novela. Así lo ha explicado una investigación de M.-F. Etchegoin en la revista Le Nouvel Observateur.

Resulta entonces que un tal Pierre Plantard, francés, muerto en el 2000 a los 80 años, hijo de un criado y durante la ocupación alemana exaltado colaboracionista antisemita, de desorbitado cerebro, se inventó primero una orden de caballería nacionalista, de la que él era Su Majestad druídica, para después, en 1956, presentar al Ayuntamiento de su pueblo los estatutos de otra fabulosa sociedad, el Priorato de Sión, que imaginaba fundada con la primera cruzada, y que con los consabidos templarios y cátaros guardaría el extraordinario secreto, ahogado por la Iglesia, de las relaciones carnales de Jesús y María Magdalena, que alumbrarían una tropa de hijos, lío que habría pasado por la dinastía franca merovingia, siglos V-VIII. Plantard, entonces, andaba con Gérard de Sède, exitoso fabulador literario de idénticos espacios, pasto de aficionados a los tesoros ocultos, los rosacru-ces, los alquimistas. Muchos de los cuales se agrupaban en presuntas sociedades secretas, como ahora, entre las que Plantard era tan apreciado que tres esoteristas británicos –Leigh, Lincoln y Baigent– publicaron en 1982 un libro titulado El enigma sagrado, donde añadieron que los monarcas merovingios eran los descendientes de Jesús y la Magdalena ¡y que Plantard era su postrer vástago! En fin, éste es sólo un resumen de las indocumentadas necedades que Brown le ha cepillado al pobre Plantard y ha condimentado arbitariamente con Leonardo, el Opus Dei, la fundación del Priorato el año 1099, Mitterrand...

Se dice que Brown ha escrito un Harry Potter para adultos, o sea, una obra de ficción fantasiosa y elemental, que triunfa debido a la falta de dimensión espiritual que padece nuestra sociedad materialista y que el código nos consolaría. Puede. Pero los lectores que conozco de Brown son gente tranquila, sin líos mentales y diría que poco preocupados por su espíritu. Además, la literatura griega de hace 28 siglos, la medieval y la renacentista, la del XIX y del XX, el cine, ya rebosan con toda suerte de delirantes historias de sacralizado ocultismo. ¿No será que hoy somos como hemos sido siempre? Igual les ocurre a las cabras.



 
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