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SEVILLA
Martes, 19 de abril de 2005

SOCIEDAD
EDICIÓN IMPRESA - Religión
RATZINGER
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Dios ya lo sabe. Y esto no es un chascarrillo. Es la certeza de la fe. Todo lo demás son conjeturas más o menos ingeniosas, más o menos fundamentadas. Pero esta mañana, al escuchar la homilía que dirigió al Colegio Cardenalicio y al pueblo que abarrotaba la basílica de San Pedro, al tener la fortuna de ver tan cercano su rostro místico y sereno, su verbo fuerte y convincente, al ver a los cardenales que le rodeaban, pensé y tuve la convicción de que me encontraba ante el nuevo sucesor de Pedro, del «pescador que vino de Galilea», cuyos restos se veneran bajo el altar mayor que protege la cúpula de Bernini. La historia, la fe, la religión, la humanidad, el aliento del espíritu, en suma, parecía flotar en la misa por la elección del Romano Pontífice e inicio del Cónclave en Roma.

Hoy, Ratzinger ha ocupado la centralidad de la Iglesia católica. Lo que será pasado mañana sólo el Espíritu lo sabe. Hay quien sostiene que el cardenal muniqués es una figura demasiado fuerte; que la Iglesia, ahora, después del tirón de Juan Pablo II, necesita un poco de relajación. Parece como si el Evangelio lo leyésemos al revés. Hoy, como siempre, lo único que mueve al ser humano es la certeza y el poder de la convicción. No se trata de imponer, desde luego, sino de sugerir. Pero quien sugiere debe estar seguro de lo que dice. He aquí un programa para los próximos años: «Hemos conocido muchos vendavales doctrinales en los últimos decenios, muchas corrientes ideológicas, muchas formas de pensar. La barcaza del pensamiento de muchos cristianos ha estado agitada por esas ondas, zarandeada de un extremo al otro: del marxismo al liberalismo, hasta el libertinaje; del colectivismo al individualismo radical; del ateísmo a un misticismo religioso; del agnosticismo al sincretismo... se ha ido construyendo una nueva dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que tiene como última medida de todo el propio yo y la propia voluntad». Ratzinger dixit.

Al atardecer, desde un balcón vaticano de la Vía delle Fondamente, veía a los cardenales salir de Santa Marta y encaminarse hacia la Capilla Sixtina. Un verdadero privilegio. «Que Dios les ilumine», le oigo decir a un monseñor. Y yo, desde luego, tengo la convicción de que así será.