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La Redención, obrada por Jesucristo ayer, hoy y siempre
Dios sabía que los hombres necesitaban de la ayuda que él mismo les prestaría encarnándose, pero igualmente que les iba a costar seguir ese ejemplo. De modo que antes de encarnarse dio algunos pasos importantes, y otros los dio después. Los pasos previos fueron seleccionar un grupo de gente al que prepararía para seguir el ejemplo de Jesucristo: desde Abraham, pasando por Moisés y demás profetas y caudillos de Israel. Israel debía ser un pueblo que comprendiera que no hay más que un Dios, que es omnipotente y bueno, y que fuera consciente de que los hombres habían pecado, y de que necesitaban un redentor que fuera Dios y Hombre.
Llegada la hora de la verdad, sólo una pequeña parte de los israelitas aceptó al Mesías: de nuevo éxito y fracaso de Dios, que no quiso violentar la libertad humana. Esos pocos que lo aceptaron fueron el nuevo pueblo de Dios, la Iglesia. La llamada de Dios seguía siendo, sin embargo, para todos: una llamada universal a la santidad, a hacer el bien en todo momento. Así lo comprendieron los primeros cristianos, que pusieron manos a la obra para difundir la buena nueva. Y de nuevo éxitos y fracasos. La buena nueva cuajó realmente, pero la llamada universal a la santidad cayó en el olvido.
Antes y después de Jesucristo ha existido la búsqueda sincera del bien dentro y fuera de la Iglesia. Pero, en general, quienes más buscaban la santidad, optaron por vivir separados de los demás, haciéndose religiosos —porque Dios así se lo pedía—, y la mayoría de los laicos interpretó esta vocación de los religiosos como si significara que los laicos no tenían auténtica vocación a la santidad, sino sólo a hacer el menor mal posible. El ejemplo de Jesucristo perdió actualidad en muchas personas. Dios tiene sus caminos y sus tiempos, y elige siempre los mejores. No quería que la llamada universal a la santidad cayera en el olvido, pero cuando así fue, no lo impidió. Para ese caso, tenía preparada una institución que ayudara a los hombres a comprender y vivir mejor la llamada universal a la santidad.