Dar la cara

Escrivá y el Opus Dei

Críticas al Opus Dei

Hitler, Franco y otros dictadores

Conexiones

Autor

Noticias

Código Da Vinci

Sugerencias

 

Santiago Mata
Nací en Valladolid en 1965, soy doctor en historia y licenciado en periodismo;
para cualquier consulta ésta es mi dirección electrónica.

Dedico esta página a mi amigo Ján y a cuantos justamente se escandalizan al ver que hay quien, llamándose cristiano, ataca a otros cristianos —en concreto del Opus Dei— afirmando "no ir contra la Iglesia".

En estas páginas he tratado de comprender el por qué de esos ataques, usando el "sentido común". Hay sin embargo otra respuesta, que podría llamarse de "primeros auxilios" y que sirve para el lector que, además de sentido común, tenga sentido sobrenatural: Cristo dijo que a sus discípulos se les conocería por su amor mutuo; también dijo: no juzguéis y no seréis juzgados, y aconsejó rezar por quienes persiguen y maldicen a sus discípulos. Cuando no está clara la motivación —y difícilmente puede estarlo cuando alguien lanza mensajes en la red, más si se esconde en el anonimato—, de un cristiano que juzga y condena a otros, cabe sospechar (al menos provisionalmente) que no tiene razón para hacerlo. Viceversa, de uno que calla ante esos ataques, puede decirse (como digo, al menos como la respuesta más probable) que sigue el consejo de Cristo.

Como todos los primeros auxilios, estas soluciones no son completas si en el caso de que se trata "hay tomate": para esos casos he escrito las demás páginas de esta web. Pero, como también sucede con la mayoría de las heridas, frecuentemente bastan primeros auxilios para curarlas. Muchas de las críticas —contra el Opus Dei u otras instituciones católicas— no son más que rencillas que ponen de manifiesto la necesidad de que todos pongamos más empeño en seguir los consejos de Jesucristo a los que me he referido arriba. Al menos eso pienso yo.

A última hora (más bien a primera), de todo esto escribió ya San Pablo (a Timoteo, 6, 3-12):
Si alguno enseña otra cosa y no se atiene a las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo y a la doctrina que es conforme a la piedad, está cegado por el orgullo y no sabe nada; sino que padece la enfermedad de las disputas y contiendas de palabras, de donde proceden las envidias, discordias, maledicencias, sospechas malignas, discusiones sin fin propias de gentes que tienen la inteligencia corrompida, que están privados de la verdad y que piensan que la piedad es un negocio. Y ciertamente es un gran negocio la piedad, con tal de que se contente con lo que tiene. Porque nosotros no hemos traído nada al mundo y nada podemos llevarnos de él. Mientras tengamos comida y vestido, estemos contentos con eso. Los que quieren enriquecerse caen en la tentación, en el lazo y en muchas codicias insentatas y perniciosas que hunden a los hombres en la ruina y en la perdición. Porque la raíz de todos los males es el afán de dinero, y algunos, por dejarse llevar de él, se extraviaron en la fe y se atormentaron con muchos dolores. Tú, en cambio, hombre de Dios, huye de estas cosas; corre al alcance de la justicia, de la piedad, de la fe, de la caridad, de la paciencia en el sufrimiento, de la dulzura. Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna a la que has sido llamado y de la que hiciste aquella solemne profesión delante de muchos testigos.