Las
limitaciones de una comparación
En este punto me parece más difícil continuar la comparación
entre Colón y Escrivá: aparecen las diferencias propias
de toda comparación por muy pedagógica que sea. Colón
no fue solo a América, y su empresa hubiera sido poco menos que
imposible de no contar con el apoyo de los Reyes Católicos, que
además fueron los últimos de una serie de reyes a los
que propuso que le apoyaran. Colón pudo haber sido un explorador
vikingo más. Colón no buscaba América, sino la
China, que ya era conocida, y de hecho murió sin saber que había
descubierto un nuevo continente. Colón, además, podría
haber sido un personaje sanguinario o ávido de dinero, y ello
no le restaría el mérito de haber descubierto América.
A diferencia de Colón, Escrivá sabía bien adónde
iba. También a diferencia de Colón, su empeño no
era una idea personal, una ocurrencia que como la de Colón podía
parecer descabellada —la de Colón lo era: incluso quienes
aceptaran que la tierra era redonda podían saber que con los
medios de la época Colón no llegaría tan lejos
como debía estar y de hecho estaba China—; Escrivá
no presentaba su doctrina como ocurrencia personal, sino como un mensaje,
sacado del Evangelio, que Dios le había encargado que predicara
y encarnara. A diferencia de Colón, Escrivá no dependía
del patrocinio de los poderosos para arrancar en su empresa: al principio
sólo tenía “26 años, la gracia de Dios y
buen humor”, y no acudió a reyes sino a enfermos para que
le apoyaran con su oración.
Colón extendió los dominios de los Reyes Católicos,
y con ellos la fe católica: pero esto dependía sólo
en pequeña parte de la rectitud de la conducta del descubridor.
Colón abrió, si se quiere, las puertas de América
a la fe, como también a otras muchas cosas procedentes de Europa.
Colón seguiría siendo el descubridor de América
aunque la fe católica no se hubiera extendido en América.
Escrivá, en cambio, fue inicialmente el instrumento único
para difundir un mensaje que debía llegar hasta los confines
de la tierra: por eso decía que “fundadores del Opus Dei
no hay más que uno”. En aparente paradoja decía
que el Opus Dei no lo había fundado él, sino Dios, y que
él no era más que “un fundador sin fundamento”:
porque trataba de imitar a Jesucristo y de que otros lo imitaran. Así
que, del mismo modo que Escrivá fue el instrumento para fundar
el Opus Dei, el Opus Dei fue el instrumento preciso que Escrivá
tenía que fundar para que la llamada universal a la santidad
no fuera una teoría, sino una realidad viva.
Colón puede entenderse sin América, y América sin
Colón; pero Escrivá y el Opus Dei no pueden entenderse
el uno sin el otro, y ninguno de los dos puede entenderse sin comprender
la llamada universal a la santidad.