Para
qué sirve el Opus Dei
Al encontrarse con el Opus Dei, la jerarquía de la Iglesia reconoció
—primero por medio del obispo de Madrid, lugar donde se fundó
en 1928; después por el Papa— que no se trataba de una
iniciativa particular destinada a promover determinadas formas de santidad,
sino que fomentaba la llamada universal a la santidad como parte esencial
de toda vocación cristiana. Cualquiera podría decir que
viene de parte de Dios a proclamar la santidad para todos: por este
motivo, la Iglesia estudió el caso y concluyó que Josemaría
Escrivá no era un visionario, sino una persona que respondía
a una llamada de Dios. La doctrina de la llamada universal a la santidad
fue solemnemente recordada por el Concilio Vaticano II.
¿Bastaba con eso? ¿Podía disolverse el Opus Dei
una vez proclamada a los cuatro vientos una doctrina que se había
olvidado? Josemaría Escrivá decía haber sido llamado
por Dios no sólo para recordar esa doctrina, sino para reunir
un grupo de personas de toda condición que ejemplificara el que
esa doctrina puede ser llevada a la práctica. Entonces surgen
dos preguntas: ¿no es pretencioso poner a determinadas personas
como ejemplo de santidad? Y, supuesto que deban existir, ¿no
les basta con ser una asociación como otras tantas? En este caso,
empezaré tratando de responder a la segunda pregunta.
Todo cristiano está llamado a la santidad, y además lo
estará a buscarla sirviendo a los enfermos, o mediante la enseñanza,
o retirándose en un convento. El medio puede ser diverso, pero
el fin no puede faltar. Y así hay quien se asocia en una congregación
para buscar la santidad en un monasterio, como puede haber una asociación
de comerciantes que se ayudan mutuamente para buscar la santidad. La
gente del Opus Dei, en cambio, no se asocia para lograr uno de estos
medios particulares, sino sólo para ver cómo ayudar al
resto de las personas a que, estén o no también involucradas
en formas concretas de buscar la santidad, no pierdan de vista el fin
que persiguen.
La jerarquía católica consideró que el Opus Dei
no era una manifestación de un determinado estilo de búsqueda
de la santidad, sino una manifestación necesaria para la vitalidad
de la Iglesia. Por eso Juan Pablo II consultó con todos los obispos
del mundo antes de darle su forma jurídica definitiva el 28 de
noviembre de 1982. Al constituir el Opus Dei como prelatura personal,
como parte de la estructura ordinaria de la Iglesia católica,
lo que hizo Juan Pablo II fue asumir que el Opus Dei es parte integral
de la Iglesia: que es Dios quien la ha fundado, que forma parte de la
Iglesia —ayer hoy y siempre—, tal como la quiere Jesucristo,
aunque haya esperado hasta el siglo XX para que surgiera. Es un “reconocimiento”
semejante al que se hace al constituir una nueva diócesis: se
reconoce que es Dios quien obra en ella, y que no obra de un modo particular.
Existe una diferencia entre el Opus Dei y las diócesis: mientras
que éstas manifiestan la plenitud de la Iglesia a nivel local,
el Opus Dei manifiesta una parte imprescindible del mensaje cristiano
en cualquier parte del mundo; por eso no es una diócesis más
en comunión con las demás, sino una estructura que obra
en cada diócesis en comunión con el obispo local al servicio
de una misión universal: actúa en las personas del Opus
Dei en cada diócesis con una jurisdicción que no disminuye,
sino que refuerza, la del obispo.