Una única
llamada a la santidad y muchos caminos para seguirla
Josemaría Escrivá podía haber dado, como tantos
otros santos, un ejemplo personal, o si es caso fundar una orden religiosa.
Pero entonces no habría reavivado la llamada universal a la santidad,
sino la llamada a un tipo particular de santidad. Me parece que las
preguntas más difíciles de comprender son: ¿por
qué necesitaba Dios una institución para reavivar la llamada
universal a la santidad? y ¿cómo saber si el Opus Dei
es esa institución? Vayamos con la primera.
¿No bastaba para ello la Encarnación y Redención
obrada por Jesucristo, y con la Iglesia como institución que
las continuaba? Para entender la respuesta, me parece que hay que insistir
en que la redención es un hecho histórico y no es un hecho
puntual. ¿Para qué necesitaba Dios patriarcas y profetas
si se iba a encarnar Él mismo? ¿Para qué necesita
Jesucristo papas y obispos, o sacramentos, si está Él
mismo presente entre sus discípulos todos los días hasta
el fin del mundo? La respuesta es que Dios no necesita para nada de
ninguna criatura. Somos los hombres los que necesitamos esas cosas.
Y lo mismo que Jesucristo no se encarnó al día siguiente
de que Eva y Adán cometieran el pecado original, Dios tenía
previstos todos los pasos con los que acudiría en ayuda de los
hombres, incluidos la fundación de la Iglesia, y del Opus Dei
dentro de la Iglesia.
Jesucristo fundó la jerarquía de la Iglesia al dar a sus
apóstoles la misión de difundir el camino cristiano por
todo el mundo. Si para hacerlo veían conveniente fundar instituciones
auxiliares, como un hospital, un colegio, o una universidad, eso no
significaba que tales instituciones formaran parte de la jerarquía
de la Iglesia, aunque tengan relación con ella. Lo único
necesario eran las personas de los apóstoles, y su continuidad
a través de los siglos, encarnada en las personas de los papas
y los obispos.
Todas las personas morimos, y por tanto esa continuidad requiere un
relevo, que da lugar a las diócesis como institución:
en ellas se encuentra presente la plenitud del sacerdocio —de
la fuerza salvadora de la Redención— que Cristo transmitió
a sus apóstoles. Entre las diócesis tiene el primado la
Sede Romana, pero toda diócesis es una expresión de la
plenitud de la Iglesia: la jerarquía católica, para quienes
tienen fe en la eficacia salvadora de la institución creada por
Jesucristo, no es una empresa que adapta su organigrama a la evolución
de la sociedad. Cuando la jerarquía incorpora a sí una
diócesis, no hace sino reconocer la presencia de Cristo entre
los cristianos de una región, designando a un obispo para que
los gobierne en nombre de Cristo.